Mi mujer, sentada en su silla mecedora, desenredando la eternidad de una madeja de estambre que se une al tejido de un sweater que al parecer no tiene fin, olvidó que me amaba. Sí, una tarde salí de casa y al regresar descubrí que, al intentar acercarme a ella, su mirada se notaba con recelo y desconfianza. No paraba de tejer, incluso le compré más estambre en muestra de generosidad, esperando que con esto recordara mi amor por ella, pero al acercarle el estambre con gesto amable y cordial, bajaba la mirada y continuaba tejiendo infinitamente sin ningún cambio. Recordaba a todas las personas, los vecinos, nuestros hijos llamaban y los recordaba a la perfección (aparte de comentarles de que un extraño la visitaba y que le daba desconfianza su presencia).

donde ahora pertenecía.
Acudí al psicólogo después de una semana de que mi mujer me volviera a olvidar. El psiquiatra fue directo y me preguntó ¿Qué pasa con ella? A lo que respondí con un gran suspiro: Yo, cuando estoy harto de mirarla “me cuesta reconocerla”